miércoles, 23 de noviembre de 2016


Debo tener algo incrustado dentro;
me cuesta respirar, toso,
me pongo semi sentada,
pliego las rodillas en el pecho,
paso el dedo ligeramente
por la rojez de la piel,
me pongo de pie,
estiro la espalda
y allí está lo que escuece:

un fragmento de nosotros
se ha quedado clavado
entre las vértebras,
una pequeña y simple astilla,
un amargo y breve epílogo
de una historia de bolsillo.

Quienes creen en la caducidad de los recuerdos
y sus efectos, me aconsejan cicatrizar
con cataplasmas de espera.
Mientras, la quemazón de un dolor
agudo me recuerda
que la posibilidad fue real por un momento,
que yo la perdí
y que me quiso una vez
no sé por cuánto tiempo.

Imagen: Silvia Grav.


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